El otro día leía un artículo en el que se cuestionaba en su titular la desigualdad laboral amparándose en que son las mujeres las que no se animaban a alcanzar puestos de responsabilidad. “Creo que la mayoría de las mujeres que se acercan al cristal (refiriéndose al "techo de cristal") son repelidas. Descubren que no les gusta el olor”-afirma Lucy Kellaway en este artículo-.
Me pregunto por qué la autora hace esa afirmación. ¿Por qué no les gusta ese olor a las mujeres que llegan más arriba? Quizá porque huele a reuniones y consejos de dirección eternos, a sobremesas interminables, a partidos de golf, paddel y salidas nocturnas. Actividades todas ellas en las que se afianzan relaciones, se definen estrategias en la empresa, se valoran tendencias y se intercambian pareceres.
Realmente no sé si es eso a lo que huele el techo de cristal o es que, una vez que llegas allí, lo único que alcanzas a ver son nubes (o nubarrones). O quizá sea que intuyes que huele a “renuncia”, a “no conciliación” y a “zancadillas” en el camino.
Me pregunto por qué la autora hace esa afirmación. ¿Por qué no les gusta ese olor a las mujeres que llegan más arriba? Quizá porque huele a reuniones y consejos de dirección eternos, a sobremesas interminables, a partidos de golf, paddel y salidas nocturnas. Actividades todas ellas en las que se afianzan relaciones, se definen estrategias en la empresa, se valoran tendencias y se intercambian pareceres.
Realmente no sé si es eso a lo que huele el techo de cristal o es que, una vez que llegas allí, lo único que alcanzas a ver son nubes (o nubarrones). O quizá sea que intuyes que huele a “renuncia”, a “no conciliación” y a “zancadillas” en el camino.
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